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Roma, Italia: Un verdadero imperio

Texto Ana Bouzas
Fotos: Andrés Canet

Disponíamos de tan solo un día en Roma. La noche anterior de nuestra llagada nos dedicamos a evaluar las diferentes alternativas. Como ya la conocíamos, decidimos recorrerla por nuestra cuenta. Contábamos con el apoyo local del ENIT Argentina (Ente Nacional Italiano para el Turismo), quien nos coordinó el ingreso a los diferentes atractivos sin hacer cola, pero recomendamos a quienes la visitan por primera vez, y sin este estupendo beneficio, tomarse al menos cinco días y apoyarse con una excursión ya que de esta manera se facilita el acceso a los monumentos, iglesias y museos, sin perderse ninguno de los atractivos más importantes y atrayentes.


La llegada a Termini fue caótica, como todo en Roma, con gente, barullo y caos por todos lados. Pero la ciudad tiene una característica que me encanta, aparte de ser muy bella, es caminable, por lo cual es muy sencilla conocerla para quienes decidan recorrerla a pie. Pasar un día en Roma no alcanza para conocer todos sus atractivos, pero afortunadamente su centro es lo suficientemente pequeño como para organizar un recorrido que incluya muchos de ellos.


Tomamos un plano y huimos en dirección a uno de los monumentos más antiguos de la historia: el Coliseo Romano, una auténtica maravilla arquitectónica y el ícono de la Roma Imperial. Sus ruinas han sido declaradas una de las nuevas siete maravillas del mundo y son visitadas cada año por millones de turistas. Fue construido en época romana para albergar las famosas luchas entre gladiadores y fieras, pero también se lo ha inundado para recrear batallas navales, además de presentar obras de teatro basadas en la mitología clásica. Es inevitable pasarse horas admirando su construcción y soñando con las historias que aún callan sus paredes y columnas. La visita es muy atractiva y más aún son las fabulosas vistas al Arco de Constantino y al Foro Romano desde lo alto del Coliseo, un detonador para dejar volar la imaginación y trasladarse a aquella época en que gran parte del mundo era gobernado por aquellos nombres, provenientes de los libros de historia, que aprendimos en el colegio. Pero los más conocidos de ellos, como Augusto, Tiberio, Calígula y Nerón, nunca conocieron a este coloso. Su construcción se inició recién entre el año 70 y 72 d.C. con el mandato del Emperador Vespasiano. Demandó casi diez años y su inauguración duró cien días, en los que gladiadores y fieras dieron sus vidas para el entretenimiento del público.


Tras la visita obligada a este magnífico monumento, nuestro recorrido continuó por la Via dei Fori Imperiali hasta la entrada al Foro Romano. Hicimos un alto y nos dimos vuelta para contemplar, no solo el Coliseo, sino también a aquellos personajes disfrazados de antiguos guerreros romanos convertidos en cazadores de turistas para posar en sus fotos a cambio de algunos euros.


Centro político y económico de la antigua Roma, el Foro Romano funcionó como el corazón de la vida del impero más grande de la historia. Aquí es necesario recurrir a la imaginación para percibir su aspecto de entonces, cuando edificios, templos y palacios se encontraban abarrotados de personas procedentes de todas partes de Italia que, como muchos de nosotros hacemos en la actualidad, venían a ver como en tan poco tiempo un antiguo pueblo de pastores se había convertido en un imperio que dominaba el mundo.

Tras una agitada mañana hicimos un alto en Piazza Venezia, un nudo de tráfico en el corazón de Roma, para observar el monumento a Vittorio Emmanuele II, uno de los más controvertidos de la ciudad. Su construcción en el siglo XIX requirió de la demolición de valiosísimos edificios para dar lugar a esta mole arquitectónica. Su retórica recargada y pomposa, su blancura de la piedra y su colosal tamaño parecen no encajar con los valores de la capital del clasicismo, y se ha insinuado en varias ocasiones su demolición quedando esta idea abolida hace ya varias décadas.


Desde allí tomamos por la Via della Muralle donde se encuentran muy buenos restaurantes y cafes, y nos detuvimos en uno de comida rápida para no perder mucho tiempo. Al salir nos topamos de costado con la Piazza di Trevi y, ante nosotros y las cientos de personas a nuestro alrededor, la fuente más famosa del mundo gracias a la Dolce Vita de Federico Fellini: La Fontana di Trevi. Aquí las personas se pelean por buscar el mejor sitio donde arrojar sus monedas a la fuente, que según cuenta la tradición, te concederá el deseo de regresar a la ciudad.


Luego de unas cuantas fotos y de dejar nuestras monedas nos dirigimos sin pausa hasta otra de las grandes obras arquitectónicas y matemáticas de la humanidad, el Panteón de Agripa. Un templo circular situado en la Piazza della Rotonda en el que descansan los restos de Vittorio Emanuele II y Umberto I, reyes de Italia, y del prestigioso artista y arquitecto renacentista Rafael. En su interior sorprenden la cantidad de obras de arte que cubren sus paredes, y su enorme cúpula, la cual posee en su cima un orificio circular (óculo) de 9 metros de diámetro que deja ingresar la luz del sol y también la lluvia, que drena a través de desagües en el piso.


Continuando hacia el oeste encontramos de manera inevitable la animada Piazza Navona, y junto a ella tres imponentes fuentes barrocas de Bernini (siendo la más importante La fuente de los cuatro ríos) y numerosos cafés, restaurantes y artistas callejeros que exponen y venden sus obras en una alegre feria. Luego de unos cuantos minutos recorriendo la plaza, y por supuesto comprar nuestro suvenir de cada viaje, seguimos en dirección hacia el río Tiber. Cruzamos uno de los tantos puentes que poseen sus márgenes y con prisa nos dirigimos bordeándolo hasta nuestra última pero más ansiada parada: la Ciudad del Vaticano.


Casi sin darnos cuenta nos encontramos con la la Piazza di San Pietro, la cual estaba repleta de vallas y también de miles de fieles y turistas deseosos por ingresar a la Basílica de San Pedro. Gracias a nuestros pases de prensa salteamos las largas colas y entramos de inmediato. Al instante el barullo del exterior se transformó en silencio y la luz que ingresaba por su vitrales condujo nuestra mirada hacia el altar mayor. A nuestra derecha decenas de personas se agolpaban para ver La Piedad de Miguel Ángel, una de las más exquisitas obras del artista. Muy cerca de ésta se encuentra la nueva tumba en la que descansa Juan Pablo II, que junto con la cripta, son paradas obligadas en una visita rápida. Pero si dispone de más tiempo no puede dejar de visitar los museos y jardines del Vaticano, y de subir a la cúpula, la más alta del mundo con 136 metros de altura. Luego de un rato contemplando en silencio la magnificencia del templo, nos dimos cuenta que ya era hora de partir. Pero antes pasamos junto a la tradicional Guardia Suiza, aquellos custodios del máximo pontífice que visten coloridos trajes.


Nosotros tuvimos que dejar de lado muchos de los atractivos tradicionales como la Plaza España, el Circo Máximo, la catacumbas y el Moisés de Miguel Ángel, entre otros. Como dijimos al principio, no basta un día para conocer Roma por completo, pero es un destino clásico que por ofrecer una combinación perfecta entre historia y modernidad caótica suele ser visitada más de una vez en la vida.•


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