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Corfu, Grecia: La perla griega

Difuminada a la distancia, agazapada entre dos inmensos riscos coronados por sus dos antiguas fortalezas, Corfú esta ubicada en el sur de Europa, donde el Mar Jónico baña sus fabulosas playas. Tiene una extensión de aproximadamente 600 km2, y es la mayor y más septentrional de las Islas Jónicas. Gracias a su fisonomía posee toda la belleza de Grecia: el mar azul, los cipreses, los olivos y la alegría de vivir del Mediterráneo. Gracias a la combinación de colores que ofrece la isla se la conoce como “Isla Esmeralda”.


Su nombre griego Kérkyra está relacionado con dos poderosos símbolos vinculados con el agua: Poseidón, Dios del mar; y Asopo, un importante río de la Grecia continental. Según el mito, Poseidón se enamoró de la bella Corcira, hija de Asopo y de Metope, una ninfa de río. La raptó y la llevó a esta isla y en un arrebato de felicidad le dio su nombre al lugar.


La historia de la isla se reparte entre romanos, bizantinos y venecianos (que la dominaron durante cuatro siglos). Luego vinieron los franceses y los ingleses, hasta que se anexó a Grecia. Pero estos diferentes ocupantes dejaron su impronta tanto en su arquitectura como en sus mitos y leyendas, sobre todo en los relatos de Homero en su célebre obra La Odisea. También fue elogiada por Goethe, Oscar Wild, Laurence Durrel y otros escritores y poetas como una de las más hermosas islas griegas, formando parta del Patrimonio de la Humanidad de la UNESCO desde hace algunos años.


Una vez que nuestros pies pisaron tierra nos encaminamos hacia el casco viejo, tomamos un plano de la ciudad y nos dedicamos a recorrerla. Animadas calles peatonales repletas de tiendas de todo tipo, vestidos, artesanías, suvenires entre otras cosas captaron nuestra atención. Eran tiendas coloridas que nos conquistaron por los ojos y todo lo que veíamos se nos antojaba.


Luego de unas pequeñas compras seguimos por las laberínticas callejuelas que aún conservan un gran interés arquitectónico, con elegantes edificios neoclásicos, palacetes, museos, viejos cafés, joyerías y preciosas iglesias que le dan una elegancia sin igual, con toques pintorescos que reflejan las influencias de los antiguos denominadores.


Flanqueada por una infinidad de tiendas, llegamos al entorno espiritual de la isla: la Iglesia Agyos Spiridon. Su torre es el punto más alto de la villa y su estampa es maravillosa. En su interior se conservan los restos del patrón de la ciudad, San Espiridión. Al salir nos llamó la atención un pequeño local con una gran cantidad de peceras repletas de llamativos peces y grandes carteles que anunciaban tratamientos de spa para pies y manos por 10 Euros. Nuestra curiosidad nos llevó a tomar uno de estos tratamientos y la experiencia fue asombrosa. El mismo consiste en sumergir pies o manos en las grandes peceras para que los hambrientos pececitos se alimenten de las células muertas de la piel. Al principio impresiona, pero el resultado es óptimo y altamente recomendable.


Volvimos sobre nuestros pasos, pero en esta ocasión entrando desde el paseo Liston, donde nos detuvimos a observar con asombro algunos de los tantos edificios de arcos y faroles que le otorgan un cierto aire parisino a la ciudad. Los mismos fueron construidos en el período de dominación francesa, y por supuesto, nos recuerda a la hermosa calle Rivoli en París. Aquí abundan las terrazas, los cafés, restaurantes y los típicos mateos, además es el lugar predilecto de los habitantes de la isla.


Y por fin llegamos a la Spianada (explanada), antigua plaza de armas al estilo veneciano y la mayor de Grecia. La bordeamos por la izquierda, donde se puede ver el Palacio de San Miguel y San Jorge que actualmente acoge el Museo de Arte Asiático, hasta llegar a la entrada de la vieja fortaleza veneciana ubicada frente a ésta, custodiada por la estatua de un soberbio embajador veneciano.


Éste fue el lugar donde se refugiaron los habitantes de Corcira cuando huían de las invasiones bárbaras, con la ilusión de construir un nuevo mundo. La primitiva ciudad se construyó entre los dos riscos que hoy ocupa la Fortaleza Vieja, rodeada por dos canales que le daban un carácter insular, y que solo estaba conectada a la costa por el puente levadizo que hoy se conserva como punto de acceso. Al traspasarlo, un pequeño museo exhibe algunas obras de arte procedentes de varias iglesias bizantinas.


Seguimos el recorrido hasta llegar a uno de sus puntos panorámicos con vista al mar. En este punto todavía se conservan algunos cañones y un antiguo edificio, uno de los tesoros mas valiosos de la ciudad: la Iglesia de San Jorge, construida por los ingleses en 1840 a imitación de los templos griegos de la antigüedad. Dentro de la fortaleza hay un pequeño bar que ofrece comidas rápidas y buenos tragos sobre una terraza. Bien vale la pena tomarse un descanso aquí. En el sector opuesto encontramos una corta pero empinada subida que conducía al punto más alto de la fortaleza y desde el cual se obtienen las mejores vistas del mar, el puerto y la ciudad.


El calor del mediodía era agobiante y desde arriba observamos una pequeña playa ubicada en la entrada al Club Náutico de Corfu. Bajamos para refrescarnos y disfrutar del sol y de las refrescantes aguas del Mar Jónico.


Desde aquí emprendimos el camino de regreso al puerto, deteniéndonos en una tradicional taberna griega que ofrecía una excelente gastronomía basada en la mezcla de recetas y sabores de Italia y Grecia. Elegimos una mesa ubicada sobre la vereda, adornada con un colorido mantel a cuadros y un hermoso jarrón con flores. Enseguida la moza nos trajo varios platos que incluían pastas, carnes y mariscos acompañados de un buen vino.


Con la panza llena y el corazón contento volvimos al casco antiguo, caminamos por la bonita calle Gkyilfordou con sus pequeños cafés y sus tiendas de frutas, y desembocamos en el ayuntamiento de Kerkyra. A partir de aquí volvimos a entrar en las laberínticas calles medievales de la ciudad vieja para regresar al puerto para disfrutar de una última vista de la ciudad.•

FOTOS: Andrés Canet
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