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Destilería José Cuervo: Destilando sabor

Fotos y Textos: Andrés Canet

Ninguna visita a México puede estar completa si no se prueba un auténtico tequila, y para ello nada mejor que visitar el pueblo de Tequila, el que le da su denominación de origen a esta bebida. Por eso decidimos hacer un alto en nuestra ruta entre Guanajuato y Puerto Vallarta para visitar la destilería La Rojeña de José Cuervo, que con más de doscientos cincuenta años de historia es la más antigua de América.

 

Ni bien llegamos nos presentamos y nos colocaron unos precintos que indicaban el tipo de tour que teníamos contratado, que incluía una visita guiada a los campos de agave, a la destilería, a la cava privada de la familia Cuervo, a una degustación de tequilas muy exclusiva, a la Hacienda de Maestro Tequilero y al Jardín de Los Limoneros. La espera no fue de más de media hora, y para mitigarla recorrimos unos breves instantes la magnífica boutique.


Todo el tour inicia con un video que explica el origen de José Cuervo, la vida de su fundador José

Antonio de Cuervo y la actualidad de la marca número uno del mundo si nos referimos al tequila.


De la mano de un experto jimador, nos introdujimos en los campos. Allí, una pequeña demostración sirve para entender el complejo arte de cultivar el agave azul utilizado para la fabricación del tequila.

 

Durante los diez años que demora esta planta en estar lista para convertirse en esta fina bebida,

debe sufrir varios procesos de cuidado antes de ser jimada, arte que consiste en cortar las hojas de la planta al ras de la base para dejar únicamente la cabeza o corazón de agave. Durante la demostración, los visitantes son invitados a jimar con sus propias manos una planta bajo el radiante sol.

 

Posteriormente nos llevaron de regreso a la destilería. Más precisamente a conocer los hornos y

el proceso de fabricación, el cual da inicio con la cocción del agave con vapor de agua a presión en hornos por 48 horas (o 12 horas en una autoclave), y moliendo las piñas de las cabezas del agave. El objetivo es convertir el azúcar propio de la planta en otro tipo de azúcar, como la fructosa o la sacarosa, que son mucho más fáciles de fermentar.

 

Continuamos el recorrido hacia el área de fermentación, una de las etapas más importantes

del proceso, ya que es aquí donde se lleva a cabo la transformación de los azúcares en alcohol

etílico. Este proceso no difiere demasiado con el que ya conocemos del vino, donde se agrega levadura que actúa sobre los azúcares transformándolos en alcohol. Acto seguido conocimos

los alambiques de cobre donde se produce el destilado, los cuales son calentados para separar

los distintos fermentos.

 

Uno de los puntos más divertidos del recorrido fue al llegar al área de barricas. Allí tuvimos la

suerte de poder degustar diferentes añadas, y el alcohol comenzó a subírsele a la cabeza a más

de uno. Y aún faltaba lo mejor. Pronto pasamos a la cava, donde nuestro cobró verdadero

valor. De una de las barricas de la reserva privada de la familia Cuervo se extrajeron muestras

para saborear notas y aromas con más de cien años de guarda por los que otros mortales deberían pagar grandes sumas de dinero. Por suerte tenía un conductor designado para el resto del viaje.

 

Lo que siguió fue una cata muy exclusiva de los mejores tequilas de José Cuervo, y por ende el fin de la cordura de algunas personas a quienes las sucesivas degustaciones les había afectado no solamente el habla. Frente a nosotros, tres copas con diferentes tipos de tequilas: blanco, reposado y añejo acompañados de algunos alimentos que ayudan a contrarrestar o potencializar el sabor del tequila, como limón, café y chocolate. Esto nos indicaba que más de uno saldría de esa habitación en zigzag. Al igual que el vino, el tequila se aprecia a través de la vista, del aroma y del gusto. Y a diferencia de lo que uno haría en un bar al tomar un tequila, aquí nos explicaron que el primer trago debe ser corto, inhalar y retenerlo para

poder sentir todas y cada una de sus notas, y recién ahí tragar y exhalar.

 

Los que pudimos salir caminando por nuestros propios medios abandonamos

lentamente la destilería y nos dirigimos hacia la Hacienda de Maestro Tequilero y al Jardín de Los Limoneros, donde un imponente paisajismo y esculturas dejaron bien el claro el poderío de la empresa y su rica historia llena de tradiciones.

 

La compra de un par de botellas adquiridas a buen  precio  puso fin a nuestra visita. Habiendo

cedido las llaves del auto, recliné el asiento del acompañante y me dispuse a dormir el resto del viaje, dejando a mi chofer en compañía de su propio “yo”.



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